El adivino

Un día llegó al pueblo un adivino. El adivino no tenía dinero y pedía comida a cambio de leer el futuro. En pocos días, muchos eran los que iban de vez en cuando a dar comida al adivino a cambio la buena ventura. Curiosamente el futuro les deparaba repleto de éxitos, fortuna y gloria a aquellos que más asiduamente le traían comida, cosa que hacía que algunos le trajeran no sólo comida sino también dinero. En poco tiempo, se pudo permitir una casa y cada vez fue más ostentosa. Pese a los ostentosos regalos, el adivino continuaba con sus pertrechos del mismo día que había llegado al pueblo. En sus inmediaciones fueron apareciendo algunos ídolos y tótems, y la gente empezó a oír nombres de nuevos dioses en las oraciones y predicciones del adivino. Pero, algunos hombres del pueblo, descontentos con su fama inmerecida y recelosos de la veracidad de sus promesas y de sus nuevos dioses, amparados por la noche, decidieron raptar al adivino para echarlo lejos del pueblo. Sigue leyendo

El Lago de la Sombra

—¿Has preparado todas tus cosas? —preguntó la madre entrando en la habitación del niño.

—Te he dicho un millón de veces que no pienso ir, mamá —le replicó observándola desde la cama.

—Venga. No hagas más el tonto que tu abuelo está esperando en el pueblo. No se ha pasado todo el fin de semana recogiendo la casa y limpiando el huerto para que ahora tú no te presentes.

Como cada verano, Óscar abandonaba su hermosa ciudad, aquella que tanto apreciaba y quería, rodeada de vida y edificios en cualquiera de sus rincones, y de gente un tanto estúpida con la que no le importaba lidiar siempre y cuando tuviera cerca de sus manos la tecnología. En el último año, desde que sus padres le compraron un móvil nuevo, el chico apenas había salido de casa. Se dedicaba a recluirse cada tarde para jugar a distintos videojuegos y chatear. Esa era su rutina. Su madre, preocupada por la obsesión que su hijo tenía con aquellos aparatos y por su notable bajada de notas en el colegio, decidió que lo mejor para él sería pasar unas vacaciones alejado de todo lo que pudiera contener tecnología: el pueblo.

Durante el trayecto, unos diez kilómetros, apenas se dirigieron la palabra. Óscar pasó todo el tiempo que pudo con su móvil, ya que cuando se internasen en los límites de aquella villa a la que odiaba con todo su ser, dejaría de funcionar. Sigue leyendo

La canción de Amor

Un buen día, Arnalda, una joven trovadora, anunció que emprendería un viaje con el objetivo de componer la más bella canción de Amor jamás creada.

Quería reflejar en sus palabras, acompañadas de la más sutil de las melodías, la auténtica esencia del Amor, para que así éste y sus misterios fueran asequibles a todos los seres humanos. ¡Tan grande era su empresa!

Así que, siguiendo su instinto, partió un buen día en solitaria peregrinación a la búsqueda de los seres de la naturaleza. Pensaba que, si los sabía escuchar con la debida atención y reverencia, éstos le revelarían el secreto de la etérea melodía del Amor.

Ni corta ni perezosa, anda que te andarás, siempre con la lira a su espalda, llegó hasta un hermoso jardín abandonado de la mano del hombre. El tiempo se encargaba ahora de esculpir las formas de los parterres con la abundancia generosa y desenfrenada de la naturaleza, y de adornar las rendijas entre las piedras del suelo con jóvenes plantitas. Sigue leyendo

El Bosque

No sé cómo relatar esto con coherencia, no me queda tiempo y a pesar de que ya no me aterra mi destino, no quiero dejar lo que me queda de humanidad sin tener la esperanza de que alguien más entienda que la humanidad no es la raza más poderosa del planeta, y que incluso los horrores que se ocultan en este planeta no se comparan con las ignominiosas criaturas desprovistas de compasión que habitan el universo. No estoy seguro de que esto llegue a alguien, las condiciones en las que me encuentro son deplorables y por azar del destino logré dar con mis provisiones, armándome de papel y un bolígrafo, procedo a escribir mi historia.

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Y Smith multiplicará el grano de nuestros campos…

No llueven esferas metálicas ni es posible mirar a través de su recubrimiento opaco. Sin embargo, con aquella se podía…

        Para Isaac el golpe en su muslo derecho, amoratado por el impacto, era el presagio de un acontecimiento divino. Con la bola en sus manos, cojeó de vuelta a la granja y se metió en el cobertizo. Colocó el objeto con mimo sobre la manta del perro y se quedó embobado en la contemplación. La superficie era una aleación perfecta. Sacó una lupa del cajón y realizó un examen meticuloso. Ni una muesca ni la más mínima ralladura. En el peor de los casos, podría conseguir en el mercado de la comarca lo suficiente para comer unos días seguidos. Bizqueó cuando le pareció notar un movimiento en su interior. Acercó y alejó el rostro hasta que, en un determinado ángulo, el interior de la esfera le fue revelado. ¡Divino Smith! El perro agitó la cola y gruñó en dirección a la mesa.

        —Tranquilo, Doc. Enseguida te devuelvo la manta.

        A través de una especie de membrana traslúcida veía algo inconcebible: tierra labrada, edificios y unos hombrecillos laboriosos que se afanaban en las labores agrícolas. Araban surcos y plantaban semillas, retiraban hierbajos y trazaban canalizaciones de agua, que solo el bienaventurado Smith sabía de dónde procedía.

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La marca de los dioses

Una fría brisa matinal despertó a Nagh de su sueño. Normalmente hacía alargar un poco más este rato antes de levantarse, pero ese día sabía que no había tiempo para hacerse la remolona. El Sol aún no había despuntado cuando el líder empezó a deambular por la cueva despertando al resto de los adultos que aun dormían. Mientras se incorporaban y se colocaban pieles para protegerse del frío, poco a poco hombres y mujeres se iban juntando en la entrada. Formaron un corrillo mirando al líder, y éste les dio instrucciones para que se dispersaran en grupos; a unos los destinó a la planicie a recoger raíces y plantas; a otros a los bordes del río a pescar y recoger algunos frutos; y a unos pocos a quedarse cerca de la cueva, para hacer guardia y abastecer de leña y agua a la tribu.

Por otro lado el líder junto con Nagh, tres hombres y otra mujer se adentrarían en las partes más profundas del bosque y se separarían para abarcar más terreno. El líder tenía predilección por Nagh, sabía que era más valiente de lo que aparentaba, y hoy más que nunca debía de demostrárselo. El frío del invierno aún no había marchado y esto había causado que el inicio del año fuera el peor de los que se tenía conocimiento. Al encontrarse con las provisiones agotadas, la tribu debía esforzarse más que nunca en conseguir alimentos para superar el incierto fin del invierno. Sigue leyendo

Proyección

Qué sensación tan extraña. Creo que he muerto, pero no estoy seguro. Me estoy viendo a mí mismo,  atravesado por la espada de mi enemigo. Veo la sangre cayendo, veo mi propia mirada vacía. Lo veo todo, desde las alturas, como un ave que contempla por casualidad una lucha absurda, de esas que solo los humanos podemos protagonizar. No peso, no siento nada, floto de forma mágica, movido por algún hechizo que desconozco. Miro a mi alrededor, al bosque que se extiende bajo mis pies, y me pregunto qué está pasando.

Mi imagen física, apuñalada con saña, parece estar congelada, también mi asesino. Su capa está estática, pero alzada. Parece rígida como el hielo. Desciendo, y me miro de más cerca. Mi piel cuarteada por el frío y la intensa pelea. Con sangre seca en distintos puntos. Bajo la mirada hasta llegar a la hoja ensangrentada de la espada. Una hoja mellada, vieja, sin lustre. Las gotas de sangre caen, pero a la vez están detenidas en el aire como el tiempo que me envuelve. Sigo el arma hasta la guarnición, luego la empuñadura, envuelta por manos duras, de reversos peludos y dedos grises. Los brazos son fuertes, llenos de pelo negro como el carbón. Por último, veo el rostro de aquel que ha decidido matarme. Me asusto al contemplar aquella cara de gorila. Su rabia, su odio, son tan intensos que puedo sentirlos. No recuerdo nada del combate, no recuerdo quién o qué es ese ser que se yergue como un hombre, pero que queda claro que es un primate. Sigue leyendo

Senda entre posibilidades

Liam a menudo se preguntaba cosas que la mayoría tomaría por obvias; como porqué el café se sirve caliente o los helados fríos. Cosas que para otra persona tendrían poca o nula importancia, a él fascinaban. No era el objeto o el suceso sino lo que podía ser, lo que le llevaba a preguntarse constantemente.

Disponía gran parte de su tiempo en eso y a veces cuando deseas algo con tanta fuerza, cosas inesperadas pueden suceder.

―¿Y eso qué tiene que ver con el tema?

―Bueno, pudo haber utilizado otra clase de apuntador o pizarra, la ropa que usa puede ser un factor para su desempeño y eso importa, porque debe tener un buen desempeño con sus alumnos, nosotros.

―De acuerdo Liam ¿Sabes qué factor importa? El castigo que te acabas de ganar por no guardar silencio en clase. Vete a la oficina del director. Sigue leyendo

Narciso

Tenía la mirada ardiendo por vez primera. Ojos deseosos, ojos deseados, se deshacían ante él. Nunca amó aquel pecho que, acelerado, acechaba a su víctima desde las sombras; él, el más bello cazador, un cazador cazado. Hambre y anhelo; hambre y confusión; hambre y agotamiento. Él, ante quien las vírgenes venían a morir. Los últimos minutos de la presa brotaban pueriles de sus lagrimales, retoños de agonía. Y repetía, cadencioso, con esa voz escarlata que mana de la pasión prohibida: “No, padre, no”. Era inútil, no quería escapar. ¿Para qué iba a escapar ese reflejo de mi ser? ¿Para qué cuando me deseó desde el primer momento en el que lo tomé entre mis brazos? Temblaba, pero no era el miedo lo que sacudía su cuerpo, no. Aquello que lo hacía estremecer era la toma de conciencia de lo que se disponía a hacer. En mí jamás se daría aquella sacudida inocente, humana; porque estaba por encima de todo, estaba por encima de Dios. Y aquella criatura temblorosa era fruto de mi creación, tan mía que podía disponer de ella a mi libre antojo sin miedo a su rebelión. Sigue leyendo

Jaras mortis per Dagon

I

Los salmos que llegaron hasta el inconsciente de Mary Meadows habían sido escritos en una lengua perdida en el tiempo. Con un ritmo constante, aquellos sonidos astillaron el pentagrama de sus sueños y fueron arrastrándola hasta el exterior de sus propias tinieblas.

Abrió los ojos; pero no consiguió ver. Intentó moverse; pero no pudo. Tensó su cuerpo, desfiguró su alma y, aunque su corazón empujó sus instintos más primarios a todos los poros de su piel, todo fue en balde: estaba vendada, amordazada y atada sobre una lisa y fría piedra.

Al tiempo que su mente iba reconstruyendo la realidad, la joven comenzó a percibir el olor de la estancia; una espantosa mezcla de sudor y humedad que se adhirió con facilidad a su pituitaria. Las ganas de vomitar alentaron un nuevo intento fallido por librarse de sus ataduras. Tenía miedo, mucho miedo. Sigue leyendo

La enfermedad

Voy a contarte mi primer recuerdo. Bien, quizás no sea literalmente “mi primer recuerdo”. Pero sí el primero del que tengo un recuerdo nítido. ¡Vaya, cómo para olvidarlo! La causa es que quizás en ese momento ya tenía más edad para entender qué sucedía a mí alrededor. Hasta ese momento todo era como un sueño mudo, aunque he de decir que después de eso, solo cambió en parte mi visión del mundo. Al fin y al cabo seguía siendo un niño.

Bien, ¿Cómo empezó? Creo recordar que un día simplemente tuve que descansar más de lo normal, solía hacerlo varias veces al día ya que el frío y el hambre me dejaban con las reservas de energía al mínimo. No sería hasta mucho después que aprendería a sobrevivir de verdad. Pero volvamos a lo que te estaba contando y es que como te decía, ese día me mareé un poco y me senté a descansar en la puerta de una casa. Pronto me sentí mejor y seguí recolectando aquí y allá. Esa noche me fui a dormir como otra cualquiera. Pero a la mañana siguiente todo había cambiado. Recuerdo que intenté levantarme, pero apenas podía mover el brazo. Además, la cabeza me dolía muchísimo aunque no más que la garganta. Toda luz me hacía entrecerrar los ojos. Era realmente horrible y aunque estaba acostumbrado a estar sólo, en ese momento me sentí realmente desamparado. Quería que alguien entrara y me ayudara. Como imaginarás, nadie apareció. Sigue leyendo

El pirata y la sirena

La luna llena brillaba prestando la luz de sus rayos a las aguas oscuras del amplio mar. El pirata contemplaba desde el barco las centellas que jugaban en las pequeñas olas. Estaba relajado. Era una noche perfecta. La brisa apenas susurraba y el mar había dejado a un lado sus berrinches para que pudieran ver lo hermoso que también se veía calmado.

De pronto, una cabeza con un largo cabello azul emergió de entre las aguas. El pirata se quedó boquiabierto por la repentina aparición. Tampoco pudo evitar soltar un grito ahogado cuando vio que aquella misteriosa mujer usaba una cola de pez, hermosa y plateada, para nadar elegantemente. Sigue leyendo

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Despierto mirando el techo, en una habitación de tantas, conozco esta sensación. Recuperándome del sedante que, sin ninguna duda, me administraron ayer anoche. La luz entra por la diminuta ventana y mi cuerpo empieza a responder dentro de estas frías cuatro paredes. El reloj marca las ocho y ocho. ¿Cómo es que nadie ha venido a buscarme? Aquí, a los dementes nos llaman “pacientes” y no suelen tratarnos con mucha dignidad; no importa quién hayas sido ni lo que hayas hecho de bueno en la vida, dejas de ser alguien, sólo eres un fallo más en la cadena, un fluorescente que falla; un ausente, por fortuna, para la sociedad. Suena a resignación porque es lo que es: Si te limitas a tomar la medicación y no causas muchos problemas, eres casi como un invitado, aunque de invitados los hay de muchas clases. Puedes invitar a un perro callejero a cenar, pero si decides que pase la noche en tu casa, lo llevarás a un cuartucho oscuro, donde no importará lo que rompa, eso sí, con la puerta cerrada con llave para que no escape ni se le oiga ladrar. Es por su propio bien.

Tengo la boca seca, hay un vaso de plástico con agua en la repisa, pero no puedo levantarme de la cama, todavía estoy atado. Oigo mi respiración y parece que he cogido frío. Llevo despierto más de media hora. El tic tac del reloj, junto con el vacío de la habitación es peor que mis ataduras, a las que ya estoy acostumbrado. Empiezo a recordar que justo cuando entrabamos en el comedor, alguien me atacó, y creo que atacaron a más gente pero todo está borroso en mi mente… Sigue leyendo

El traje

Esta es la historia de un traje. Un traje centenario. Pero sorprendentemente siempre nuevo. Como todos sabemos, la piel se regenera hasta cierto punto, y siempre quedan cicatrices que muestran que en esa zona algo ocurrió. Pero este traje, a la par que se lo dejaba reposar –a veces horas, días, meses o años- se podía auto-renovar. A nadie se le ocurrió hacer una investigación de laboratorio para analizar la composición química de los hilos que formaban los tejidos del género, quizás por el descreimiento propio de las ciencias fácticas. Es mejor negar el fenómeno. Habiendo tecnología suficiente para filmar los movimientos microscópicos que los entrelazados hilos iban dibujando, nadie puso sobre la mesa esta posibilidad.

Por un lado algo era cierto: cuando el traje está en uso, quien lo tiene no permite que se lo analice, ya que se podría poner en evidencia el mal uso que esté haciendo de él. Además implicaría tener que disponer de un tiempo sin el traje, cosa que se hace casi imposible, sobre todo en días festivos y en actos inaugurales. Y cuando alguien accede al traje en desuso, hasta ahora la inmediatez de ponérselo hizo imposible analizar las roturas anteriores y su remodelación mágica. Sigue leyendo

Ruptura

Me adentré por calles sombrías, plazas desiertas y recodos angostos, sórdidos y peligrosos. La noche y la niebla me envolvían, entorpecían mis pasos y dificultaban mi visión, ya dañada por un severo astigmatismo, arriesgándome a caer de bruces contra el frío asfalto en cualquier instante. Jadeando, con el rostro lastimado por el chicotazo de un ciprés y el cabello revuelto por el viento, llegué a la gran mansión abandonada, lugar pactado para nuestro encuentro clandestino. Sigilosa me aproximé a la puerta, aguardé un instante y toqué tres veces.

Está abierto, puedes pasar ―dijo una voz masculina desde el interior.

Tú debías abrirme, Max ―dije, dando un portazo―. ¿Ya lo olvidaste?

Tú me citaste, querida, agradéceme que haya venido.

¡Petulante! ―exclamé―, no tienes ningún derecho a tratarme así.

¿Petulante? ―dijo, sin dejar de escribir en su libreta―. Habla pronto preciosa y lárgate rápido, estoy ocupado.

Me leíste el pensamiento ―dije irónica―. Seré breve: me harté de ti, no me entretienes y ya no me motivas. Además, encontré a otro. Sigue leyendo

Un encuentro soñado

―¿Quieres decirme, por favor, qué camino debo tomar, para salir de aquí? ―pregunté.

―Eso depende de adónde quieres ir ―respondió el Gato.

―Quiero ir a mi pasado, a mis lecciones de piano, a mis ganas de aprender, a mi talento, a mi entrega, a no dejarme abatir por nada ni por nadie y regresar convertida en una gran pianista ―afirmé.

―Entonces no importa qué camino tomes ―replicó el Gato―, ningún camino te conducirá al pasado.

―Pero este es el País de las Maravillas, Alicia me dejó entrar; dime al menos, qué camino podría ser el más indicado ―rogué al Gato. Sigue leyendo

Relatos de ajedrez

Maestro del ajedrez

He aquí mi gran ambivalencia:

Ser una pequeña pieza de ajedrez, movida por un inexperto.

Ser un jugador de ajedrez, que falto de experiencia, titubea cada vez que mueve una pieza.

Ser uno de los tantos encargados de mover a un grupo de jugadores y no estar lo suficientemente preparado para moverlos.

O ser el Maestro de todos los encargados de mover a todos los jugadores de todos los tiempos y no tener la certeza de Ser un gran experto o una pequeña pieza, movida por un inexperto.

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El mendigo profesional

Bob Había sido mendigo desde que era pequeño. En el colegio siempre pedía a otros niños trozos de su bocata, bolígrafos o folios de cuaderno, que amontonaba formando una amalgama de hojas irregulares, dobladas y de diferentes colores. De adolescente, paso a pedir cigarros a sus amigos, o tomaba prestados objetos que nunca eran retornados. Pero no fue hasta un poco más adelante que empezó a mendigar dinero en las calles.

No lo hacía porque tuviera algún tipo de problema. En su caso, era un estilo de vida. No tenía muchos gastos y no le apetecía esforzarse para nada. Simplemente podía estar sentado todo el día en frente de la Apple Store, navegando con su smartphone con el wifi gratis. Cada día, escogía una gorra diferente entre el elenco de gorras de publicidad que conformaban sus herramientas de trabajo. Ya con ella en el suelo, se sentaba y dejaba pasar las horas, mientras caían las monedas. Sigue leyendo

El escritor

Me gustaría hablar, o escribir, en este momento, de un joven escritor a quien conozco. Él es un chico de unos quince años, creo que aún sin cumplir, y es la persona más inteligente que he visto nunca. Por eso quería dedicarle algunas líneas, solo en honor de su imaginación.

Cuando crecía, hace algún tiempo, le costaba ordenar ideas. Nunca tuvo problema en estar solo, con la única compañía de un libro y algún bolígrafo con el que apuntar sus visiones, pero aún así, siendo su propio mejor amigo y viajando en soledad a cualquier lugar imaginable en la mente de no todo el mundo, le costaba duro esfuerzo. Había algo que le impedía continuar esas escapadas, en algún rincón de esa estancia esférica donde todo sucedía.

Un muro. O eso parecía.

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Las Lágrimas de Frejya

El fuego chasquea alegremente el calor del hogar, gruesas pieles cubren paredes y techos para que el férreo invierno de Midgard no acceda al interior de la pequeña cabaña. Y allí se encuentra Ragfrid Thorstendöttir, la volva, sentada en un simple taburete de haya, conocido como el asiento del brujo, donde solo la persona que ejerce las artes mágicas puede acomodarse sin desadormecer la cólera de los dioses. Y sentado en un cómodo banco frente a Ragfrid Thorstendöttir, se encuentra el Conde Hrolf Knudsson, un hombre robusto, con voz varonil, larga barba y mirada noble. Que hasta el Dios Odhínn, padre de todos, y la Diosa Frejya quisieran tenerlo entre las paredes de sus palacios para cuando llegue el Ragnarok. Sigue leyendo