Sígnum

12 de octubre de 2150. Marte. Asentamiento de Sígnum.

En la distancia, el cegador influjo del planeta artificial azul revelaba un orden que era único, exclusivo, inhumano.

La evolución se reducía a la profundidad con la que sus diamantes surcaban nuestra acristalada bóveda, quebrada en microscópicos fragmentos.

Nos gaseaban. Aun con el traje protector, era erosionado en carne viva, apenas podía reconocerme y menos aún distinguir personas entre los bultos que despresurizaban sus trajes, emitían balbuceos y se lanzaban de bruces contra el asfalto. Era un suicidio colectivo; nosotros, que creíamos en la universalidad. Máquinas desbrozadoras perforaban la tierra hasta las entrañas, y acidificaban su nueva propiedad con el fin de adecuarla para una estructura embrionaria de la Matriz Instructora de Ejércitos, cuya programación amparaba un solitario objetivo, acaparar en la vastedad material.

Aquellos a quienes observaba no eran sujetos, y no por la ciencia integrada en sus cuerpos. Eran el depredador perfecto.

La maldición de la anciana sin ojos

Lo que te contaré es una historia que transcurrió en un pueblo de Italia, donde vivió mi bisabuelo.

Doña María, era una pobre anciana que había perdido los ojos en un accidente cuando era joven.

Su aspecto daba miedo a los niños del lugar, que la acusaban de vieja bruja y porque aunque no tenía ojos, podía verlos. Por esa razón, la llamaban “la anciana sin ojos”.

Los niños pasaban sus horas molestando a la anciana. La empujaban y se reían de ella; todo lo que le hacían a la pobre mujer era muy cruel. Pero en el pueblo también había gente que le tenía compasión.

Mi bisabuelo era un niño muy bondadoso y respetuoso con la gente mayor y siempre le golpeaba su puerta a Doña María para dejarle el pan colgado y seguía su camino.

Un día como otros, la anciana se encontraba en su casa cuando golpearon su puerta. Seguramente se trataba de aquel buen chico que siempre le dejaba el pan y convencida, la abrió. Para su sorpresa se trataba de aquellos malvados niños.

Estos empezaron a apedrear a la anciana que rogaba piedad, más no se detuvieron. En su agonía la anciana los maldijo. “Te veo y también me verás”, esas fueron sus últimas palabras. Los chicos solo rieron y escaparon de allí.

A la mañana siguiente, las autoridades la encontraron muerta. Por su avanzada edad, determinaron que la mujer se habría resbalado y golpeado la cabeza, provocándole la muerte. Lo que había pasado aquel día quedó en un profundo misterio.

Los muchachos, que sabían la verdad, guardaron el secreto de lo que habían hecho, prometiendo nunca jamás revelarlo.

Una noche uno de los niños se preparaba para dormir, y al apagar la luz de su cuarto sintió un susurro al oído:

—Te veo y también me verás.

Los gritos de terror despertaron a sus padres, que fueron inmediatamente a ver que le sucedía a su hijo.

Lo que encontraron fue algo terrible. El niño estaba muerto con su boca abierta y los ojos arrancados.

Dicen que la anciana sin ojos, asesinó uno por uno a aquellos muchachos, dejando solo con vida a mi bisabuelo, el niño que cariñosamente le llevaba el pan cada día.

Internado del infierno

Melanie, una dulce niña de ocho años de edad, había sufrido un desafortunado accidente en el cuál perdió una de sus piernas, que en reemplazo tenía una pierna ortopédica. A pesar de su complejo, era una niña muy fuerte.

Sus padres hacían lo imposible por resguardarla, pues no soportarían que alguien hiriera los sentimientos de su hija. A consecuencia de su obsesión, la enviaron a un internado.

Las hermanas del internado eran muy cariñosas con las niñas, excepto con Melanie, cuyo rechazo era más que evidente.

Sus compañeras tampoco la aceptaban, eran maliciosas con ella y se reían de su condición. Las monjas hacían caso omiso a sus peticiones para que la dejaran en paz.

El 12 de abril de 1825 a las 00:00 horas, la caldera del sótano estalló ocasionando un gran incendio en el lugar.

En medio del revuelo, las monjas lograron sacar a todas las niñas, olvidando a Melanie que se encontraba en su cuarto en el piso de arriba.

La niña se percató de lo que estaba sucediendo y pidió ayuda a gritos. Nadie la escuchó. Intentando bajar las escaleras, su pierna ortopédica quedó atrapada entre el hueco de las mismas. Ella no pudo escapar de ahí…

Después del incendio encontraron su cuerpo calcinado entre las ruinas del internado.

Sus padres no lo soportaron y se quitaron la vida.

Las monjas y las niñas que sobrevivieron a la noche del incendio, vivían en un nuevo internado y habían olvidado el terrible hecho que le costó la vida a la pobre Melanie.

El 12 de abril del año siguiente en el aniversario del fallecimiento de la pequeña, sucedió algo desconcertante.

Daba la medianoche cuando las monjas y las niñas dormían en sus camas. Al día siguiente las hallaron muertas. Todas llevaban una marca de quemadura en su rostro.

Después de mis 3 intentos de suicidio

—Te ves muy hermosa en esa foto con él, ¿quién es? Sonríes de tal manera que muero de la envidia y me encantaría que sonrieras de esa forma cuando me miras. Viajé cientos de kilómetros para verte y ¿no respondes? En este momento tienes acumulados diez mensajes míos en el chat y quince llamadas perdidas con sus respectivos mensajes, ¿por qué no me contestas?

—Disculpa, estaba ocupada trabajando. ¿Cómo estás?

—Muy angustiado, creí que me estabas ignorando.

—Si quieres nos vemos esta noche después del trabajo y hablamos.

—Perfecto, no sabes lo mucho que anhelo ver tus ojos.

Esa noche, de vuelta a su casa, ella revisó su teléfono y se sorprendió al escuchar la serie de mensajes de voz de aquel chico. Uno tras otro, cada vez con un tono de voz más afligido. Sintió mucha pena por él, por lo que se apresuró a llegar a casa para ponerse un poco guapa para la cena. Al llegar al restaurante él la invitó a comer, no pidió nada para él, decía que prefería verla mientras degustaba cada bocado. Una vez acabó ella dio su última cucharada al postre, él le comentó que después de pagar la cuenta, ya no tendría dinero para regresar a su ciudad. Pero que verla comer había valido mucho la pena. Ella le ofreció pagar la cuenta, sin embargo, él no lo aceptó y fue a pagar. Sigue leyendo

Máscaras

Cortinas de seda naciendo de los ángulos de los muros perpetuos,

vientos que bailan al compás de velas que ya no se encienden.

Pasos ausentes del sonido de la coreografía de lo que no puede ser olvidado,

en cada momento en el que la luz de la luna al salón acaricia.

 

Rostros ocultos a través de máscaras llenas de la sutilidad volátil de la magia,

escondiendo expresiones sentimentales congeladas en el tiempo.

Vestidos llenos de encajes amalgamados con piedras y telas de espiritualidad,

donde los dedos de las manos, llenos de amor, se tocan.

 

El aire esconde los protocolos de la diplomacia de la seducción,

donde un roce discreto es más sutil que un beso lleno de amor.

El hechizo del compás del vals queda atrapado en las ventanas,

en el arcoíris de las copas ausentes de la vida de las mañanas.

 

Las manecillas a pesar de no avanzar siguen contando el tiempo,

renaciendo constantemente como el fénix aburrido por su encantamiento.

Palabras de amor escondidas en las grietas de las paredes,

en espera de ser escuchada por aquellos oídos lejanos y ausentes.

 

Giros y cambios reflejados en el espejo reinante del recuerdo,

sonrisas carmesís acompañadas de mejillas maquilladas.

En las miradas ausentes de la pasión del fin de la eternidad,

que tan solo las máscaras que cubren los rostros de los fantasmas dejan observar.

Corazón de Arkham – Epílogo. Todo el mundo miente

Nos encontramos en el final de mi viaje, esta noche no puedo dormir, lo he intentado unas horas, pero es inútil. Trish, Dylan y el comisario descansan, reponen fuerzas. Probablemente entre pesadillas y laberintos mentales. Mañana volveríamos a la rutina, una vez más, caso tras caso, persiguiendo a criminales comunes, simples y aburridos, con mentes comunes, simples y aburridas. Llevo ya dos horas escribiendo estas memorias; este caso, narrado y transmitido de la forma más real y verosímil posible, con pocos adornos o adulterantes. He de confesar que he visto la otra cara de Arkham, he reclamado tantas veces su corazón que se me ha acabado ofreciendo. Mi instinto y lo acontecido me dicen que me aleje, que se acabó… Pero me temo que no. Pensaba que buscaba el abismo porque no tenía nada a lo que agarrarme, que mi adicción a los problemas, a lo imposible, desaparecería ahora que tengo esposa y un buen amigo. No, una vez más. El abismo me llama porque es interesante, complicado, rebosa información de la que no se dispone sin adentrarte en él lo suficiente como para no poder volver.

Lo diré de otro modo, cuando Alastor me hizo la propuesta de comprender, de adquirir una nueva dimensión en mi mente, no notaba el dolor de mi abdomen, ni sentía necesidad de morfina. Sé que eso implica que es psicosomático, que solo es por la adicción, que estoy loco. Soy autodestructivo. Me gusta serlo, lo necesito en mi vida, y no quiero arrastrar a los que han conseguido sacarme de mi miseria unos años. Sigue leyendo

El abismo y la montaña

Sin saber cómo había llegado hasta allí, agaché la cabeza y lo vi. La oscuridad espesa bramaba como las olas. Un conjunto de mil voces susurraba de manera ininteligible y profería sonidos guturales desde lo más profundo del abismo. La fuerza de aquellas voces me empujaba hacia abajo. No quería caer; no sabía qué estaba pasando. Pero no podía echar la vista atrás, ni adelante. Sólo podía mirar la negrura. La miraba de hito en hito hasta que se hizo extrañamente familiar; las voces se fueron aclarando y empezaba a escuchar. “Ven”, decían, cada vez con más fuerza. Poco a poco comprendí que esa negrura era parte de mí; era lo que me correspondía. Me pertenecía y yo le pertenecía a ella. Le hice compañía mucho tiempo, tanto como ella a mí. Había decidido ser uno con ella hacía tiempo.

Entonces la negrura desapareció de repente. Ante mí se alzaba una montaña. Un monte inmenso que tenía un claro inicio, pero cuya cima era imposible atisbar. Miraba atónito hacia arriba y en derredor, pero no había más que la montaña y yo. La elevación era de piedra viva, empinada de principio a fin y visiblemente escurridiza. Entonces supe que tenía que escalarla: no había otra opción.

Comencé con el vigor de un muchacho, profiriéndome gritos de ánimo a mí mismo y dando amplias zancadas. Los primeros metros, las primeras horas fueron especialmente sencillas. Fue entonces cuando encontré un saliente que me podría servir para descansar y guarecerme del frío que ya empezaba a sentir en los músculos. Sigue leyendo

Corazón de Arkham – Capítulo 7. Los detectives

Querría hacer aquí una de mis pausas, para decir que estamos acercándonos al final de la historia. Estábamos frente a lo más extraño que habíamos tenido oportunidad de ver en toda nuestra carrera como detectives, caza criminales o como quieran llamarlo. Esta situación me recordaba a mis primeras pesquisas en la parte más sombría de Arkham. No sabía lo que iba a pasar, no estaba seguro de que fuese a salir bien, incluso temía por mi vida. La diferencia respecto a esos días, es que, en este caso, también temía por aquellos que me importaban, porque ni siquiera sabía si mi mejor amigo aún estaba vivo. La emoción y la tensión me mantenían alerta, sufría también del habitual dolor agudo y punzante en mi abdomen, pero esa vez no podía confiar en la morfina, necesitaba todos mis sentidos, incluido poder sentir dolor. Era consciente de que no comprendía a lo que me enfrentaba, que esto iba más allá de mi capacidad de razonar. Nos habíamos adentrado a los límites humanos, algo arcano, antiguo, difuso.

Eso acrecentaba mi interés y reducía mis opciones a saber improvisar, a adaptarme a las reglas de un juego al que se nos tenía prohibido jugar. He de reconocer que, en el fondo de mis temores, mi miedo y mis pocas opciones de sobrevivir, había disfrute. Esto era algo distinto, real, nuevo, fascinante. Cuanto más sabía, más quería saber, y más me acercaba al peligro de la muerte o la locura. Ansiaba comprenderlo, pero debía conformarme en vencerlo. Por ello, decidí centrarme en lo que dijo Trish, siempre más terrenal y sensata que yo: salvar a nuestro amigo, salir de allí con vida, olvidar los criminales y los crímenes si es posible, una vez hecho, la fuerza bruta de Devitt debería bastar. Pero la duda estaba sembrada, estaba a una mala pregunta de ser el gato que siempre muere. Sigue leyendo

El adivino

Un día llegó al pueblo un adivino. El adivino no tenía dinero y pedía comida a cambio de leer el futuro. En pocos días, muchos eran los que iban de vez en cuando a dar comida al adivino a cambio la buena ventura. Curiosamente el futuro les deparaba repleto de éxitos, fortuna y gloria a aquellos que más asiduamente le traían comida, cosa que hacía que algunos le trajeran no sólo comida sino también dinero. En poco tiempo, se pudo permitir una casa y cada vez fue más ostentosa. Pese a los ostentosos regalos, el adivino continuaba con sus pertrechos del mismo día que había llegado al pueblo. En sus inmediaciones fueron apareciendo algunos ídolos y tótems, y la gente empezó a oír nombres de nuevos dioses en las oraciones y predicciones del adivino. Pero, algunos hombres del pueblo, descontentos con su fama inmerecida y recelosos de la veracidad de sus promesas y de sus nuevos dioses, amparados por la noche, decidieron raptar al adivino para echarlo lejos del pueblo. Sigue leyendo

El Lago de la Sombra

—¿Has preparado todas tus cosas? —preguntó la madre entrando en la habitación del niño.

—Te he dicho un millón de veces que no pienso ir, mamá —le replicó observándola desde la cama.

—Venga. No hagas más el tonto que tu abuelo está esperando en el pueblo. No se ha pasado todo el fin de semana recogiendo la casa y limpiando el huerto para que ahora tú no te presentes.

Como cada verano, Óscar abandonaba su hermosa ciudad, aquella que tanto apreciaba y quería, rodeada de vida y edificios en cualquiera de sus rincones, y de gente un tanto estúpida con la que no le importaba lidiar siempre y cuando tuviera cerca de sus manos la tecnología. En el último año, desde que sus padres le compraron un móvil nuevo, el chico apenas había salido de casa. Se dedicaba a recluirse cada tarde para jugar a distintos videojuegos y chatear. Esa era su rutina. Su madre, preocupada por la obsesión que su hijo tenía con aquellos aparatos y por su notable bajada de notas en el colegio, decidió que lo mejor para él sería pasar unas vacaciones alejado de todo lo que pudiera contener tecnología: el pueblo.

Durante el trayecto, unos diez kilómetros, apenas se dirigieron la palabra. Óscar pasó todo el tiempo que pudo con su móvil, ya que cuando se internasen en los límites de aquella villa a la que odiaba con todo su ser, dejaría de funcionar. Sigue leyendo

Trascendencia

El doctor Fiber estaba recibiendo por parte del entrevistador una explicación a modo de resumen sobre el proceder de su entrevista.

—Antes vendrá un poco de teoría para situar al espectador. Cuatro imágenes bonitas de su archivo particular con cifras e infografías para la gente de encefalograma plano —Ambos rieron un poco, el doctor quizás más forzado—. Tenga en cuenta que todo esto va a ser editado, por lo que no hay razón para estar nervioso. Después ya es cuestión de intercalar las preguntas relevantes con imágenes genéricas del universo para dar consistencia. Parece una tontería, pero en una entrevista científica, si no les pones imágenes bonitas en medio, el 60% cambia de canal. ¿Preparado?

El cámara marcó la cuenta atrás con sus dedos. El doctor se secó el sudor de la frente y el entrevistador se aclaró la voz. Tres, dos, uno e hizo una seña.

—El doctor Fiber es poco conocido en la comunidad científica, pero hoy nos mostrará los resultados de su investigación. ¿Cómo se definiría a sí mismo doctor?

—Me considero un naturalista, en el sentido más clásico del concepto. Me siento alguien que quiere hacer una aportación a la ciencia del mismo modo que los grandes científicos lo hicieron en sus inicios. De ningún modo me estoy comparando con ellos, simplemente digo que cualquiera que tenga ganas e inquietud puede aportar algo a la comunidad científica. Sigue leyendo

Camino a un destino glorioso

—¿Puede volver a decirme el nombre de esa bestia? —preguntó, ya que a pesar de sus innumerables viajes jamás había escuchado tal nombre.

—Brraskilor —respondió el guerrero montado en la parte trasera del carruaje— una extraña criatura de tiempos muy anteriores a los nuestros, tiempos que si no hubiesen sido guardados en los Volúmenes de las bestias de Qüar jamás sabría a qué me voy a enfrentar incluso aunque lo viese con mis propios ojos.

—¿Qüar? —preguntó todavía más extrañado y anonadado— ése reino desapareció hace más de 600 años por no decir de que está a más de tres meses de viaje a caballo.

—¡Vaya! Es usted mucho más sabio que la gente del lugar, normalmente la gente de Renavé se centra sólo en trabajar, beber y follarse a una ramera sin pagar mucho —Verrick sacó su espada y se puso a limpiarla con un paño que estaba cubierto de un líquido de color amarillo, mientras se reía pensando en lo que iba a decir a continuación— haciendo que la única cultura que tengan sea la de si un tomate está sano o si una moneda de latón no es de madera. Sigue leyendo

El Mensajero

El caballo cabalgaba con velocidad, haciendo rebotar con rítmica cadencia el zurrón de cuero en el costado de Gonzalo. El viento gélido de Diciembre le azotaba el rostro, haciendo salir lágrimas de sus ojos, que se secaba con el puño de la casaca blanca del Regimiento de Voluntarios de Castilla. La lluvia calaba su capote, empapándole la espalda y chorreando por la caña ya colmada de sus botas de montar, helándole hasta el mismo tuétano de los huesos. Pero no había un solo segundo que perder. Las palabras de su capitán resonaban con un eco de urgencia en su memoria: “Gonzalo, es cuestión de vida o muerte. Debes hacer llegar el mensaje de socorro a la Junta Central de Sevilla. Toda la guerra depende de tu mensaje. No puedes perder ni un segundo”.

El día veintiuno el ejército de Lannes había rodeado Zaragoza, y había ocupado las zapas que ya se habían excavado en el verano, cuando los franceses intentaron el sitio por primera vez. Pero en el interior los defensores prácticamente igualaban a los atacantes, y el general Palafox ofrecía con su propia presencia la promesa de una victoria segura. La resistencia de la ciudad estaba garantizada, pero Napoleón en persona se encaminaba ahora hacia Andalucía, el último reducto de resistencia, y era necesario dar aviso de que ninguna tropa podría acudir en ayuda desde el frente del norte. Con el ejército español deshecho en Somosierra y Uclés, la resistencia en Sevilla parecía la última alternativa. Sigue leyendo

Corazón de Arkham – Capítulo 6. Dylan

En el silencioso camino de vuelta a casa, tuve tiempo de reflexionar en mi sueño inducido. No acerca de nuestros próximos pasos, cosa que ya tenía clara, sino de la representativa figura de mi viejo compañero a lo largo de mi vida. Antes de conocerle, de hacernos amigos o de casi morir por sus impulsos; mis peculiaridades estaban a un nivel mucho más molesto y excéntrico que ahora. Dylan ha sido siempre un amigo cuando se le necesita, pero su gran aportación, es que cuando realmente me hace falta, sabe dejar de ser un amigo y convertirse en mi conciencia, mi humanidad. Las líneas morales y sociales siempre han sido realmente difusas para mí, él sabía aclararlas cuando era preciso, normalmente a modo de freno a mis intenciones, él me enseñó los límites. Todo cuanto sé por mi cuenta, lo aprendí porque creí que era vital, obviando términos y actitudes mucho más básicas y esenciales, pero Dylan siempre ha hecho lo posible por enseñarme a vivir siendo persona. A él le debo gran parte de lo que ahora valoro, incluso Trish, él me la presentó, y él me hizo soportable a sus ojos. Y sin embargo, allí estaba yo, mi conciencia ya no murmullaba nada, y estaba a punto de poner en juego la vida de mi mejor amigo por resolver un rompecabezas que iba más allá de mis conocimientos. Sigue leyendo

La canción de Amor

Un buen día, Arnalda, una joven trovadora, anunció que emprendería un viaje con el objetivo de componer la más bella canción de Amor jamás creada.

Quería reflejar en sus palabras, acompañadas de la más sutil de las melodías, la auténtica esencia del Amor, para que así éste y sus misterios fueran asequibles a todos los seres humanos. ¡Tan grande era su empresa!

Así que, siguiendo su instinto, partió un buen día en solitaria peregrinación a la búsqueda de los seres de la naturaleza. Pensaba que, si los sabía escuchar con la debida atención y reverencia, éstos le revelarían el secreto de la etérea melodía del Amor.

Ni corta ni perezosa, anda que te andarás, siempre con la lira a su espalda, llegó hasta un hermoso jardín abandonado de la mano del hombre. El tiempo se encargaba ahora de esculpir las formas de los parterres con la abundancia generosa y desenfrenada de la naturaleza, y de adornar las rendijas entre las piedras del suelo con jóvenes plantitas. Sigue leyendo

Haití

Tenía que darse prisa para llegar a casa de Maguá antes del anochecer tal y como le había ordenado su madre. Las casas de madera al borde del mar eran del mismo color al menos una vez al día, cuando dejaban de ser verdes, amarillas, azules o rojas para tomar todas al mismo tiempo el tono ocre de la puesta de sol. Entre las chozas, Murie corría a casa del anciano, que era el más conocido y respetado de los huganes vudú de esa parte de la provincia y desde todos los rincones venían a consultarle, pedirle intercesión con los dioses o loás, incluso para ganarse el favor de Bondyé, creador de todas las cosas de la Tierra y regente del mundo de los espíritus. Su madre le había enviado a casa del hugán en aquella ocasión para pedirle protección a la loá Mama Brigitte. Ella es una diosa poderosa, protege las almas que nacen y guía a las que se van. Según Maguá se la podía ver por las noches paseando por el cementerio, cantando y bailando bajo la luz de la luna. Decía que era una mujer muy joven de rasgos dulces, con el pelo largo color negro intenso y de ojos claros. Mama Brigitte intercedería con el gran Bondyé para pedirle protección y evitar que Murie quedase embarazada tan joven. Nadie debía saber de aquella visita al brujo, y menos su propio tío. Su madre había empezado a tener ese temor desde hacía meses, justo desde que él comenzó a tomar la costumbre a venir a su casa por las noches en busca de la niña. Por si acaso ella ya tenía reservada su gallina negra que habría que sacrificar en honor de Mama Brigitte en el momento en que su primer bebé naciese, para que lo protegiera en su viaje desde el mundo de los espíritus al de los vivos. Sigue leyendo

Mai Ndombe

Patrice arrugaba su anciano rostro escrutando el camino entre los gigantescos manglares que dormían la angustiosa humedad de la selva. Su oscura leyenda entre la tribu de los nteke se extendía más allá del lago Tanganika, hasta donde llegaban las terribles historias de espantosas muertes que el brujo provocaba a sus víctimas. Con pócimas a base de raíces y hojas que sólo él conocía era capaz de despojar del alma al más creyente o de hacer creer al más juicioso que era una bestia de la jungla para luego desaparecer bramando enloquecido en la verde espesura. Durante días se encerraba en su choza de adobe y techo de palma rodeado de cientos de amuletos, objetos sagrados, fetiches con poder sobrenatural para conjurar los males de ojo. Olores a incienso y aceites mágicos, a locura y muerte; animales disecados, calaveras, colgantes de semillas y dientes humanos atiborraban la estancia que nadie se había atrevido a visitar. Los vecinos corrían despavoridos a esconderse al sentir el crujido de las bisagras de su desportillada puerta antes de que su enjuta figura se dejase ver y dejara caer sobre ellos el poder de sus terribles gri-gri. Esa mañana esperaba paciente en la colina hasta que por fin divisó la vieja camioneta descendiendo entre las parcelas de mandioca. Con gesto solemne, el brujo agitó hacia el cielo su amuleto de huesos de antílope y plumas de oca invocando todas las fuerzas del mal. Un ejército de furiosas hormigas inundó el interior del vehículo donde su víctima se ahogaba en un repentino olor a náuseas y muerte. El conductor perdió el rumbo para precipitarse a lo largo de la escarpada ladera. Al fondo, las aguas ensangrentadas del rio Kuango devoraron para siempre a la camioneta como habían hecho antes con muchos otros que habían osado desafiar al brujo. Hacía años que a aquel lugar se le conocía como Mai Ndombe, aguas negras. A menudo se veía a Patrice pasear por su orilla antes de que inexplicablemente no se volviese a saber nunca más de alguno de los vecinos de la aldea.

Baphomet

Para Aleister Crowley

En el fondo de mi mismo soy una mujer, lo sé y lo saben las pocas mujeres con las que he estado y por las que he tenido que pagar. No es que me desagraden del todo, admiro la hermosura de sus cuerpos redondeados, la tersura de su piel y esa especie de luminosidad que poseen cuando están felices, pero no me despiertan (ni yo a ellas) ningún tipo de curiosidad. Para empezar, cuando ven mi micropene se decepcionan, y cuando comenzamos a charlar y perciben mi sensibilidad se les despierta el instinto maternal y quieren ser mis amigas, no mis amantes.

Yo, por otro lado, tampoco me siento atraído por una mujer dominante y masculinizada, siento que son una farsa y que pierden su esencia femenina y sutil, esa que las hace mágicas y poderosas. Pero no puedo evitar observar a los hombres, esos de grandes cuerpos viriles y mentes despiadadas que me subyugan y me llaman a rendirme ante ellos. Los que parecen leones tras la caza de su presa, los infames, los inteligentes,  los patanes. No he tenido aún un encuentro íntimo con alguno pues temo inmensamente el rechazo, pero conocí a un hombre al que le dicen el Maestro Oscuro y temo y ansío al mismo tiempo su contacto. Sigue leyendo

El sótano de las ánimas

Había sido un día muy agotador para Elisa. Nada más llegar a casa, se tumbó en el chaise-longue del estudio. Aún tenía mucho que organizar, pues hacía poco que heredó la vivienda de su tío. Sin embargo, allí se sintió cómoda y enseguida un profundo sopor se apoderó de ella.

Estaba cansada de las advertencias de la gente del pueblo. Según decían, la propiedad que por tantos años anheló habitar estaba maldita. Hacía oídos sordos sin más; no pensaba caer víctima de un juego de niños.

Mientras dormía, veía como si ella misma recorriera, a cámara rápida, el puente cercano a la casa y las distintas habitaciones de la vivienda hasta llegar al sótano. Polvo, mugre, cucarachas correteando y arañas tejiendo velozmente eran partícipes del escenario.

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El destierro

Desterrados pero no derrotados, los dioses primigenios esperamos. En un letargo autoimpuesto, aguardamos el regreso de nuestra hegemonía. Desamparados, perdimos nuestra libertad y poder en la gran guerra contra los dioses arquetípicos. Con el tiempo, supe de dioses que habían conseguido recuperar sus terribles cultos y esparcían orgullosos sus retorcidas simientes a través de los planos, tejiendo una red de influencia hasta los límites estelares de su confinamiento. Su intención: asegurarse una posición más elevada a la que tuvieron antaño en tiempos de guerra. ¡Estúpidos! Sus simples victorias sobre algunas razas les habían cegado, pues no eran conscientes de que no somos ni la sombra de lo que fuimos y locos algunos, tenían fe en la venganza.

Mi destino y penitencia fue el mismo templo que albergaba mi poder, ubicado en un planeta arrasado y esterilizado de cualquier forma de vida por los dioses vencedores. En tanto que soy infinito, también lo puede ser mi paciencia, como demuestran los milenios que pasaron antes de que un simple ser entrara en mis dominios. Cuando noté su presencia, inmediatamente me apoderé de él, pues infinita también puede ser mi ansia. No tengo constancia de qué ser era pues rápida le llegó la muerte al atraparlo con mis invisibles manos, devorándole cuerpo y alma, sin dejar restos de recuerdo ni existencia. Largo tiempo pasó hasta que no entró otro ser a mi templo hecho ruinas. ¿En qué me había convertido? Mi temple antes honorable, había sucumbido a la voracidad y eso me había costado mi regreso. Con el tiempo y totalmente consciente de mi actual situación, esperé con paciencia otro contacto. Sigue leyendo